Ábreme la puerta
Ábreme la puerta, la puerta de tu
corazón.
Ábreme quiero estar contigo.
No
tengas miedo.
No te importe que esté desordenada tu
casa,
a oscuras o con frío.
Ábreme, por favor.
Yo traigo leña y fuego,
haremos lumbre y el calor
romperá tu hielo y tu noche.
Ya
no habrá frío,
se
iluminará tu casa.
Quemaremos en las llamas
todo lo que sobre: basura,
que acumules en los rincones
como si fuera un tesoro,
pero que en el fondo
sabes que no te puede llenar.
Cuéntame de tu vida, toda tu vida:
lo bueno y lo menos bueno,
lo
malo y lo peor.
Nada hay tan malo que no tenga solución,
ni
herida tan grave, que yo no pueda curar.
Dime lo que te llena y lo que te deja
vacío.
Háblame de lo que te alegra
y
de lo que quisieras olvidar:
tu
entrega, tus triunfos, tus fracasos,
tus resentimientos y temores,
tus pecados y el orgullo herido,
más por la caída que por la infidelidad.
Todo; entrégamelo todo; lo convertiremos
en
lugar de encuentro y de salvación.
Te echaré aceite, curaré tus heridas,
te perfumaré con aromas de ternura
y
serás todo nuevo, todo mío.
Sabes que tú no eres la razón de tu
vivir.
No busques en ti la fuente de tu alegría,
ni la paz en tus fracasos, ni la fuerza
para tu andar.
Yo soy tu fuerza y tu pan,
tu
abrazo y tu perdón;
luz para tu noche, calor para tu frío,
bálsamo para el corazón.
Me duele tu soledad;
que busques donde no hay;
que bebas y que tengas sed,
que para tu hambre no tengas pan.
No te importen las caídas pasadas
ni
las que puedan llegar.
Quiero que sepas que
cuanto más abajo estés tú
más abajo estaré yo.
Si mañana, cuando vuelva,
tienes frío y soledad,
no
pasaré de largo;
haremos lumbre y otra vez de nuevo,
habrá calor en tu hogar.